La bestia y los árboles
Actualizado por Arutam Ruymán en Diciembre 2022
Crear un mundo dibujando desde nuestra resistencia, nos aleja de nuestra naturaleza. No nos podemos definir al juego del “yo", mientras nos hacemos fotos y reímos en ignorancia el mañana. La tendencia nos empuja hacia el fracaso, en una condena auto-infligida que escuece y tatúa a la bestia. Un guerrero reaccionaría con carácter y fuerza, levantando batalla todos los amaneceres que vienen.
La bestia sometida a los designios de la sombra, no tiene un momento ni rincón para entregarse a la Paz. La dicha que corre por sus venas es ignorada al servicio de otros propósitos que la consumen. Nunca recibió nada digno a cambio, ni existe si quiera esa posibilidad. Es la coherencia y la observación de la evidencia natural, la que corre las cortinas de las ventanas del palacio.
Gota a gota, firmamos en el asfalto que rompe nuestras rodillas y cintura. Gota a gota dejamos dibujado con tinta roja, un mapa del recorrido que quiso doblegar a la bestia. Y digo quiso, porque ha sido extremadamente difícil no inclinarme y no romperme. Entre lágrimas y piel mojada, he protegido el sentir de los cielos. Miro y quiero sentir, parpadeando desde el Cristal de Arutam (Gran Espíritu).
Es el descanso del día, el que derrama la sangre del Gran Espíritu y el resplandor de su dicha en el horizonte. El corazón de la bestia bebe mirando sola, siendo más cielo y su milagro, que alguien recordando que vivió. Sentir de los cielos, que llenas de sangre el corazón que observa sobre la piedra fría, en un rincón de la montaña. Allí donde el arrullo de los árboles y el silbido de los viejos huecos, son el templo que enciende la llama dichosa. La mirada de la bestia es la ventana del poder.
Sea noche o día, el sentir, extasiado en su propia dicha, baña la existencia derramándose por todos los rincones dentro y fuera de los seres. Su secreto es guardado en paz, en el corazón de los árboles. Sus troncos son la fortaleza que sienten la viva caricia que grita entre los afilados colmillos de la bestia. Entre fortalezas vivas que guardan el más valioso tesoro, yo descanso.
La noche siempre ha sido pero, hoy en la mañana, con los árboles puedo reflexionar. Ellos siempre han estado, nunca iguales, pero han sobrevivido a nuestras generaciones y su dolor. En tierras frías donde tanta sangre del hombre empapó la tierra, donde tanto dolor aprendí a llevar. Ellos siguen guardando el mismo tesoro, compartiéndome hoy el mismo sentimiento. Ellos no son amigos a los que me aferro mientras me rompo. Son una fuente de inspiración y ejemplo de vivir que hacen correr ríos. Sé que el instinto de los seres vive y duerme en paz, durante los días y las noches, en sus bosques.
La presencia del Uwishin (Chamán) emana desde sus hermanos mayores los árboles. Así como ellos, él acompaña a sus semejantes sin dirigir a nadie una rama con oscura mezcla de voluntad y necesidad. Sin torcerse ante el anhelo, permanece bebiendo el cristal resplandeciente de Arutam, siendo su sagrada compañía la que sobrevive al tiempo. Palpitando, no es perturbado por los vaivenes sentimentales de quienes cerca merodean. Pero está ahí, su presencia es la memoria del Espíritu y, algún día, todos necesitarán recordar.
La bestia merodeaba entre los árboles sabiendo que la sombra quería cazarle. Fueron años queriendo doblegarla, pero ella sabía que sólo al Uno le debía lealtad. Arutam vive en la selva, su fuerza allí lo es todo. Ella descansaba en trance en su canto, sintiendo temblar su presencia. Viendo como la sombra hiere al hombre tomado, en su ciega torpeza.
La noche empapada en su sentir dichoso, me sumerge en los blancos sueños donde brilla la sabiduría de mis abuelos. Dentro de mis huesos su presencia me susurra tibia e iluminada más allá del tiempo, en lugares que conozco y otros por conocer. Esa ceremonia me protege, haciendo del tiempo, la belleza del viento a las hojas.
Arutam Ruymán